23/12/2021: Cuidados paliativos

La entrada de hoy va dedicada a los cuidados paliativos y lo importantes que son para los MIR MFyC como yo.  Quiero que quede constancia hoy en mi diario, pero espero acordarme todos los días.

Mi primer contacto fue en la universidad, por elección propia, "cuidados paliativos" fue una optativa de 5º de medicina. Tuvimos un profesor brillante, ECG, que hablaba de acompañar pacientes, de formas de morir y muerte digna, de etapas de duelo, de familias que cuidan, de casas, también de dosis y de vías de administración, de efectos secundarios, de olvidar el diagnóstico y mirar a los síntomas, de últimos días, de ética... Nos descubrió a Cicely Saunders y su "velad conmigo".   He rescatado sus apuntes, son los únicos de la carrera que he vuelto a abrir.

Un año después hice mis prácticas con CCS, un MFyC que me hizo muchas preguntas que me ayudaron a situar los cuidados paliativos como una prioridad de casi cualquier médico, pero sobre todo, del médico de familia.  Cuando ya no hay nada que curar hay mucho que cuidar, y cuidamos hasta el final.  Si antes había evitado hablar de lo inevitable, con él, la muerte no parecía un tema "tabú".  Años después, viendo que sigo haciéndome preguntas, me regaló "Ayudar a morir" de Iona Heath.

Siendo MIR, durante mi rotación con el Equipo de Soporte de Atención Domiciliaria (ESAD), me enseñaron a poner en práctica todo lo anterior, le perdí el miedo a la vía subcutánea y a la morfina, también a comunicarme con personas que van a fallecer, parecía fácil, pero no lo es.  Rotar con profesionales que dedican todo su tiempo a llevar a las casas los cuidados paliativos es un lujo, una oportunidad. Me dejaron una lista tan larga de libros que aún intento terminarla, pero "Ser mortal" de Atul Gawande, ha hecho pódium.

Y ahora, en la consulta con mi tutora, AC, aprendo a priorizar estos pacientes.  Ella tiene claro que a veces significa dejar la consulta cuantas veces sea necesario para ir hasta sus casas,  significa estar en estrecho contacto con sus familias, a veces salir tarde, a veces salir llorando.   AC me dijo que leyese "Martes con mi viejo profesor" de Mitch Albom, en ello estoy.

Hace unos días CUSIRAR (Asociación aragonesa de Cuidados Paliativos), me concedió un premio en su concurso de dibujo "el arte de cuidar al final de la vida" y se lo agradezco mucho. 

Creo que donde quiera que nos posicionemos y seamos profesionales, pacientes, familiares, vecinos... tenemos que hablar más sobre cuidados paliativos, atención en los últimos días, sedación paliativa, buena muerte y muerte digna, porque son parte de nuestras vidas.  Así que gracias CUSIRAR por tomar parte activa en informar y divulgar sobre ello, por vuestro trabajo, por el concurso y por el premio.  

Gracias tutores por enseñarme su valor prioritario e irrenunciable en nuestra especialidad y por la idea de presentarme al concurso.  

Y gracias familia porque a mi padre y a mi tía les debo la destreza con el lápiz, a mi madre y a mi abuela la infinita provisión de papel y pinturetas, y a mi marido el aguante de verme absorta dibujando tantas noches...  Gracias a todos.

15/12/2021: ¡Esta gente es alucinante, déjenlos pasar!

Ayer estuve de guardia en el 061, en una de las bases donde tienen unidad medicalizada de emergencias (UME).  Significa que cuando el centro regulador llama porque alguien necesita ayuda,  salen pintando juntos en la ambulancia conductor, técnico, medico y enfermero; y hoy voy yo también a la aventura.  

La verdad es que cuando oigo que nos llaman, me noto temblar por dentro porque algo muy serio ha podido ocurrir.  Hay palabras que me anudan la garganta: convulsión, tráfico, inconsciente, accidente, parada... 

Subo corriendo a la ambulancia.  Me siento, me pongo el cinturón y no puedo evitar mirar nerviosa a mi alrededor.  En muy poco espacio hay millones de cosas que conocer, repaso mentalmente lo que nos hace falta en este caso.  Hay medicaciones en cajitas, sueros en las neveras, hay cables, sondas, tubos con una organización impecable, hay aparatos que cuelgan de las paredes (monitor, ventilador, aspirador...) y collarines, vendas, sillas... Todo traquetea cuando la ambulancia sale a toda velocidad y ya no me concentro.  Luces y sirena mediante, consigue que mi sensación de mareo se desmadre.  Por suerte, llegamos enseguida.

Al salir de la ambulancia el escenario puede ser cualquiera, y eso me inquieta.  Podemos estar en un pueblo, en una casa, en un local, en una residencia, en medio de una calle, en un bar, en plena autopista.  Cargamos las mochilas y lo necesario, y corremos donde estén las personas que necesiten ayuda.  

El trabajo en equipo es alucinante, es un engranaje veloz donde todos saben cual es su función.  Todos colaboran y en un momento el paciente puede estar lleno de cables, con una vía puesta, estabilizado y con mas o menos idea de lo que le ocurre.  Las decisiones se toman en cuestión de segundos, me parece admirable la serenidad que transmiten delante de la situación más dura... Yo me vuelvo pequeña cuando tengo el corazón tan encogido.
Intento seguir el proceso, participo en lo que puedo, y siempre procuro aprender por si un día me encuentro una emergencia y estoy sola.

Finalmente el paciente se traslada al hospital si es necesario y con él que vamos de nuevo a la ambulancia.  De vuelta hacia la base me esfuerzo por recuperar todo lo que acabo de ver porque ha ocurrido muy deprisa.  Si pudiera sacar la cabeza por la ventana de la ambulancia no harían falta sirenas, iría yo gritando "¡esta gente es alucinante, déjenlos pasar!" 

11/12/21: Escribiendo la historia de Adán

Hace unos días estuve de guardia.  La policía trajo de madrugada a Gema, de 23 años, hasta las urgencias del hospital.  

Tenía que verle un compañero que hace pocos meses que empezó a trabajar.  Leyó el motivo de consulta de Gema e inmediatamente vino a preguntarme qué hacer.  En triaje (el primer lugar donde enfermería pregunta algunas cosas al entrar en el servicio de urgencias), anotaron que tenía patología psiquiátrica, que por eso venía, que respondía al nombre de Adán, que no tardásemos en atenderle.

Le recomendé mantener la calma, lo primero era preguntar al paciente, pero entendí por su gesto que era un reto importante y me ofrecí a valorarle juntos.  Mi compañero desapareció; finalmente entendí que aquel caso era para mi.

Abrí la puerta del box, enseguida entendí que Adán era un chico que estaba sufriendo muchísimo.  Me acerqué a él, estaba hecho un ovillo en la camilla, cerrando los ojos con fuerza, huyendo del resto del mundo.  No lloraba, pero la humedad de su mascarilla decía que lo había hecho ya.  No hablaba pero la tensión de su cuerpo gritaba en su nombre.

“Adán… soy María, la médica. ¿Quieres contarme algo de lo que ha pasado?”  No contestó pero me miró al escuchar su nombre, un poco extrañado.  “Adán, puedo ayudarte, si tú quieres.  Voy a hacerte preguntas, puedes contestar tranquilo, mi obligación es no contárselo a nadie”.

Y por alguna extraña razón, tras 3 o 4 preguntas sin respuesta, empezó a contestar y confió en mi.  No quería vivir, no tenía fuerzas para seguir gritándole a la gente que Gema nunca existió, que Adán es quien tienen delante ahora.  La frustración le obligaba a llorar todos los días, trataba mal a las personas que más le querían, se hacía cortes, sentía incomprensión allá donde iba, incomprensión incluso por su propio cuerpo, vergüenza muchas veces, soledad en medio de mucha gente.  Las drogas estaban a su alcance desde hacía meses y le permitían olvidarlo todo a ratos, hoy había pensado que quizá podría olvidarlo todo para siempre.  

Después de aquella conversación tenía que explorarle.  Fue muy duro porque ni él mismo se sentía cómodo tocando su cuerpo y ahora tenía que hacerlo yo.  Palpé su abdomen mientras evitábamos mirarnos, aún así podía notar su incomodidad y su desprecio.  Decidí auscultarle sin quitar la venda de su pecho, seguí sin mirarle, noté por su respiración que tras aquel mínimo gesto de comprensión, los dos nos sentimos mejor.

Le dije que pasaría la noche en observación para que al día siguiente pudieran valorarlo los compañeros de Psiquiatría.  Me sorprendió diciendo: “vale, pero ¿estarás tú o tendré que repetirles todo?”.  Cuando le expliqué que yo registraba todo en la historia clínica porque mi turno de trabajo terminaba, me miró y me dijo muy serio: “pues antes de irte ya puedes escribir mi historia de puta madre” y se sonrió.   

Su relato y su exploración quedaron en el informe, intenté hacerlo bien y, a la mañana siguiente yo me fui a dormir, y luego comprobé que él se fue de alta más tranquilo.  Nunca sabrá que queda escrio también en mi diario, que su historia es ahora parte de la mía, y creo que nos ha quedado “de puta madre”.

24/11/2021: Los olvidados como Lorenza

Lorenza es muy muy mayor y la han traído a urgencias.  Sé que su corazón también es anciano y a veces se cansa, su piel se ha arrugado y ya no la protege del frío, ahora la debemos proteger del roce, su mente hace tiempo decidió deshacerse de todos sus recuerdos y poco a poco hizo que Lorenza se olvidase de caminar, de comer, de hablar...   Viene sola.  No tengo más información que la nota que trajo la ambulancia desde la residencia de ancianos donde vive, dicen que ha estado somnolienta, nada más.  

Me acerco y se despierta, me mira y aunque no me puede decir nada, sus ojos me cuentan que tiene miedo, mucho miedo.  Está en un lugar desconocido, con personas que visten de blanco y van corriendo a todas partes, con muchos sonidos metálicos, ruidos de camillas y puertas, y monitores que pitan.   Sé que tiene miedo, yo también lo tendría.   Pienso que igual no merece la pena que le explique que voy a explorarla, que van a pincharle en el brazo y que le dolerá, que van a llenarle el pecho de pegatinas pero que eso no duele, que la llevarán a otra sala para hacerle una placa del pecho y del abdomen, y que van sondarla para coger una muestra de orina, y no le va a gustar.  No me va a entender cuando le diga que tiene que quedarse aquí esta noche; aunque me presente no recordará mi nombre ni mi cara cuando me de la vuelta; pierdo el tiempo preguntándole si le duele algo.

Me acerco un poco más y toco su brazo casi sin pensarlo.  Lorenza lanza un gruñido, creo que grita "¡mamá!", y entonces... lo entiendo todo.  Yo también busqué a mi madre cuando de niña tuve miedo.  Le digo al oído que "soy María" y con cuidado voy enseñándole mis manos que van a palpar su abdomen, le muestro mi fonendoscopio que buscará los ruidos de su pecho y decido explicarle lo que vamos a hacer, no sé si me entiende pero creo que le gusta oír mi voz.  

Por un momento pude ver en ella a mi abuelo, él también se olvidó de mi.  Recuerdo echarle de menos aún cuando lo tenía al lado, recuerdo que él también tenía miedo incluso en su propia casa, recuerdo como lo cuidaban sus hijas, la inmensa paciencia de repetir las cosas, y sé que ese cariño nos lo devolvía durante algunos instantes en los que parecía acordarse de todo y rompía a llorar.   Entonces le prometí a mi abuelo que yo no alimentaría el miedo que ya tienen los pacientes con demencia avanzada, que a todos me acercaría con cuidado y a todos diría mi nombre.   Abuelo, no imaginas lo mucho que me has enseñado, aún sin estar conmigo, aún sin acordarte de nada.   Muchas gracias.

21/11/2021: Educación para la salud a través de Cristal

Hoy os presento a Cristal.  Forma parte de esos MFyC especiales que conozco, forma parte de un grupo que se ha puesto el alias de "empastillados", donde yo también intento echar una mano.

Se dedican a algo que llamamos "educación para la salud".  En realidad es comentar con las personas, con los pacientes, aspectos muy relevantes de su salud.  Los "empastillados" se han propuesto conversar sobre medicamentos, algunos como el omeprazol, el ibuprofeno y la amoxicilina sirven de ejemplo para valorar sus riesgos y beneficios, su uso prudente, su lugar en el autocuidado y en los determinantes de salud, y de allí a la alimentación, el ejercicio, el sentido más amplio de salud...  Han entendido que el formato de "soltar la chapa" no siempre es el más adecuado, han diseñado dos coloquios a los que un día puedes estar muy invitado; los llaman "medicamentos, los justos".

Un grupo de personas viene al centro de salud un par de jueves, sabemos sus nombres, contamos con ellos y participan en la dinámica del coloquio que a veces cambia alguna opinión, otras las afianza y siempre esperamos que sea compartida en sus entornos.  

Lo que hacen es valiosísimo, invierten buena parte de su tiempo y de su esfuerzo, pero lo dan todo gratis. Han tenido que reservar la sala, revisar el material porque el mensaje tiene que quedar claro,  preparar las fotocopias, llamar a los invitados, traer el ordenador, probar las conexiones, que todo esté preparado antes de que lleguen...  

Y yo no sé de dónde saca Cristal el tiempo y la energía.  No sólo es una gran "empastillada", además se compromete con los pacientes crónicos complejos para asegurar la calidad, controla la ecografía, enseña a los estudiantes la esencia de la medicina de familia, comparte siempre, ya sea ciencia, música o astronomía.  Ahora parece entusiasmada con un nuevo enfoque del dolor crónico... ¡creo que estudia hasta dormida!  Algún día la he visto cansada, pero jamás rendida.   Las más grandes médicas se esconden en las consultas más pequeñitas.

12/11/2021: La médica que se olvidó las gafas

Los MIR MFyC aprendemos muchas cosas a través de la observación.  Constantemente vemos actuar a médicos de otras especialidades, tutores, MFyCs, compañeros residentes, leemos lo que otros médicos investigan y descubren… y vemos muchísimos pacientes. 

La observación deja en nosotros impresiones subjetivas que son importantes y ocurren a diario.  Para observar mejor, yo llevo gafas.  Solamente las uso para estudiar, leer o utilizar pantallas, porque con ellas todo es mucho más nítido.  ¿Debería llevarlas en la consulta también?   Tengo la impresión de que todos llevamos nuestras propias gafas al trabajo.

Creo que a veces los MIR nos equivocamos sin darnos cuanta, dejamos nuestras gafas a los residentes con menos experiencia. Lo hacemos siempre con la mejor intención.  Queremos ayudarlos a distinguir bien el camino, a ver venir la tormenta con la que nos mojamos, la piedra con la que tropezamos, el sol que nos quemó.   Lo llamamos “consejos de R mayor”.

Nuestros mayores nos dejaron también mirar a través de sus gafas.  Vimos las rotaciones, las guardias, la organización… Vimos a los jefes, a nuestros compañeros, a los adjuntos, a veces también a pacientes que otros ya habían mirado.   Pensamos que podíamos ver nuestro futuro, pero sólo era el presente de otra persona, una mirada heredada.

Llevar las gafas de otra persona tiene sus riesgos.  Puedes perder matices, olvidar colores, distorsionar tu realidad, incluso marearte un poco. 

Nuestros pacientes merecen una mirada sin filtros, sin arrastrar diagnósticos y etiquetas eternos, sin prejuicios, merecen nuestra propia opinión, partir de cero de vez en cuando.   Nuestros compañeros merecen la oportunidad de trabajar juntos, debemos intentar descubrirnos siendo equipo.  Las rotaciones a donde vamos deben ser un escenario donde aprender, de donde extraer mucho o poco para llevar después a la consulta.  Los adjuntos, los MFyC, los médicos con quienes nos toca compartir consulta o urgencia, casi siempre tienen algo que enseñarnos, si les dejamos, casi siempre algo valioso que procuraremos reproducir, otras veces lo que debemos intentar evitar.

Por eso creo que lo mejor que puedo hacer es llevar mis gafas al trabajo, y lo único que puedo decir a los residentes que empiezan con ilusión sus proyectos es que, cuando los residentes mayores ofrezcamos nuestras gafas, echen un vistazo rápido y vuelvan a ponerse las suyas.   Es decir, querido R pequeño, escúchame pero no me hagas demasiado caso, que sólo tu experiencia conforme tu mirada.

09/11/2021: Mi resigráfica

Sin que nadie me lo haya pedido he decidido hacer un análisis de situación.  Parece que cuando nos dejamos conducir por la inercia del día a día viene bien resituarse, respecto al pasado, en el presente, con vistas al futuro.  Eso he intentado y como soy de naturaleza visual, hice una gráfica que llamaré "mi resigráfica".

En cualquier proceso académico, laboral o vital que experimento, puedo distinguir las etapas que se van sucediendo, en el caso de esta vía MIR están incluso marcadas por los años. 

El primer año lo llamamos R1.  Es un comienzo, plagado de presentaciones y muchísimas caras nuevas de compañeros, tutores, médicos, pacientes... Nuevos escenarios, centro de salud, hospital, urgencias.  Creer que necesitas un mapa a cada paso.  Pero está marcado por la ilusión y el entusiasmo.  En mi caso se inició desde 0, ninguna experiencia laboral previa, a la espalda mucho estudio pero poca práctica y la sensación (muy real) de "todo por aprender".   Fui entendiendo algunas cosas sencillas y cualquiera de ellas suponía un avance tremendo; de no tener ni idea, a saber sólo un poco el cambio es abismal.  Nunca me sentí sola porque nunca lo estuve, los R1 siempre tienen alguien con experiencia muy cerquita, supervisando.

El segundo año es lógicamente el R2.  La sensación al empezar es la de soltarse de la mano.  Aunque no estaba sola sentía que la responsabilidad se subía a mis hombros y la supervisión se volatilizaba.  Seguía aprendiendo mucho, con más esfuerzo pero muy buen ánimo y de repente... una pandemia nos puso del revés a todos.  Volvimos al centro de salud pero ya no era el mismo.  Se me olvidó aprender, estuve enferma, muchos lo estuvieron, y en pocos meses entendí que sobrevivir implicaba un compromiso, recuperar el tiempo robado.   Y con esfuerzo titánico creo que lo conseguí finalmente.

Llegó el tercer año, el R3.  Llevaba dos años fuera del centro de salud, rotando por el mundo del hospital y las consultas de otras especialidades, aprendiendo despacio.  Echaba mucho de menos la MFyC (Medicina Familiar y Comunitaria), sólo pensaba en volver a mi centro de salud.  Y volví, y me choqué con una agenda a doble cara que en ninguna otra consulta había visto, un programa de ordenador indomable que me hacía y me hace rabiar, restos de pandemia sobre la mesa y el teléfono, una tutora contenta de tenerme con ella, tantos pacientes por conocer, algunos MFyCs por descubrir.

Sin darme cuenta era y soy R4.  Estoy en la mitad del último año y el tiempo se ha detenido en una espiral de consultas a rebosar y guardias que ya no dan tregua.   Sobrevivir a la consulta, reponerme de las guardias son mis objetivos, disfrutar durante el poco tiempo libre que tengo es el capricho que me doy,  aprender huyó a un segundo plano hace unos meses.  

Perseguir la excelencia en lo que hacemos parece agotador, yo creo que es un mito o al menos está al alcance de muy pocos.  Diariamente se hace duro elegir "entre lo bueno y lo perfecto", aunque la elección es clara cuando se hace sin tiempo, sin fuerzas, a veces sin dormir.  

Quizá debería ajustar mis expectativas a mis posibilidades, o quizá con esfuerzo pueda ser algún día tal y como me sueño.  Nada hay escrito sobre cómo será mañana, cualquier momento es bueno para escribir mi propia historia, cambiar mi "resigráfica". 



25/09/2021: Hacemos eeeeco, eeeeco, eeeco....

Hoy quiero presentar una herramienta nueva, que a 3 MIR y un MFyC nos ha arrastrado a cruzar en tren la península, desde Zaragoza hasta Granada, con un manual en la mochila cada uno y mucho que aprender.

Es la ecografía y es para nosotros.  No sólo porque a mi generación le cautive una pantalla y un joystick, no sólo porque está “de moda” o por hacer algo distinto.  La eco nos permite echar un vistazo a lo que hay bajo la piel, al interior.  Es una nueva ventana que nos enseña algunas cosas que antes sólo intuíamos o escuchábamos, incluso radiografiábamos a veces y ahora las vemos en tiempo real.  Cuantas más ventanas abrimos, más luz entra en la consulta y quedan menos sombras, menos dudas. Puede que el día de mañana la sonda llegue a ser un tercer brazo del MFyC, puede que integremos en la exploración la ecografía clínica y puede que los MIR tengamos asegurada la formación en este campo que hoy tan sólo parece de interés para unos pocos. 

Pero no es tan sencillo como apoyar el aparato en el paciente y ser espectador de lo que ocurra.  Hacer ecografía es ser consciente de lo que uno busca, cuando y dónde buscarlo, reconocerlo cuando lo encuentras y saber qué hacer con ello.  Exige mucho estudio y horas de práctica, las manos nunca antes nos habían emitido ultrasonidos, lo normal es que al principio no sepas ni dónde ponerlas.  Nuestros ojos están acostumbrados al color y ahora tienen que adaptarse a ver en blanco y negro la película, y extraer la información que encierra su escala de grises, y te aseguro que no es poca.  Lo normal es que, al principio, no lo veas muy claro que digamos.

En el proceso de aprender yo tengo muchísima suerte.  Tengo dos compañeros que quieren que entrenemos con frecuencia, ahora la eco es un deporte de equipo.  Tenemos un tutor que se ha hecho con el aparato y se defiende con soltura; y generoso nos permite ver sus experiencias y nos acompaña en una práctica guiada si queremos, es el entrenador que nos regala parte de su tiempo y de lo que sabe.  Él lo llama “hacer mano” como si fuera poco; yo lo llamo “pasar con Luis” y me parece un lujo.

Si he de decirle algo al MFyC que me lea es que se busque algún aliado y se aten al ecógrafo a ratitos, el riesgo es que aprendan algo nuevo y que les guste… y al año que viene se crucen el país como nosotros porque la ecografía les enganche, nosotros encantados.


16/09/2021: Despedida de María

Hoy quiero acordarme de una paciente sin pseudónimo, se llamaba como yo, María.

Era una mujer luchadora, una lectora empedernida, con una vida plena acompañada de su marido pero no de sus pulmones, que hartos de soportar los años de tabaco, atrapaban el aire y la atraparon a ella encadenándola a una bombona de oxígeno cada vez más horas al día.   Sonaba a voz ronca y tos profunda.  Ella conocía bien su fatiga y su tos, las podía medir, las usaba de guía. 

Llamó de nuevo para decir que iban aumentando otra vez, que lo notaba, que el aire no le entraba como antes, creía que había vuelto la bacteria que anteriormente se agarraba a su pulmón y que había costado fármacos y tiempo desterrar.  Y otra vez la consulta, medicación y búsqueda del bicho intruso que le cambiaba la tos y le robaba el aire ahora, ¿porqué no mejoraba?

La última vez que hablamos me contó que no estaba segura de que fuese la bacteria, su vieja conocida.  Hacía un ruido nuevo al coger aire, yo lo llamé estridor, ella no lo nombraba pero también lo oía.   Me dijo que no quería ir al hospital, que si se encontraba peor nos llamaría, nos despedimos como otras veces.  

- "cualquier cosa nos dices por favor..."

- "no te preocupes que lo haré, adios tocaya".

Me llamaba tocaya porque sabía que a mi me hacía gracia, incluso ahora que lo recuerdo me sonrío.  Me fui unos días de vacaciones y me acordé de ella.  Cuando volví a la consulta decidida a llamarla o pasar a verla, el ordenador me dijo que ya no podría hacerlo.  Ella se había marchado y, allí sentada frente a la pantalla lloraba su tocaya.

Decían en el informe que el estridor se había apoderado de ella y se la llevó al hospital.  Y tenía razón, sabía que no era una bacteria, era un tumor que en pocos días le robó todo el aire.   Me despedí de María, la imaginé volando lejos, llevándose algún libro para el viaje.

03/09/2021: La práctica hace al MFyC

Muchos médicos me dijeron que la mejor forma de aprender a ejercer la medicina es ejerciendo, que me olvidase de aprender a ser MFyC detrás de un libro, mirando a otros; que hay cosas que sólo se aprenden con un paciente delante.  Tenían bastante razón aunque hoy me atrevería a matizar.  Hace falta estudiar mucho para sentarse frente a alguien que sufre, y aún sentándonos muchas veces, nunca llegaremos a estar preparados para todo, siempre habrá un dolor diferente en una persona distinta, creo que se aprende algo todos los días. 

La experiencia parece, en todo caso, la mejor forma de retarnos a mejorar, poniendo cara y nombre al desafío, el mejor aprendizaje. 

Pero para que toda esa práctica sirva de algo y deje poso, necesitamos un feedback.  Necesitamos un análisis de lo que hacemos, de lo que hicimos, del resultado.  Necesitamos volver sobre nuestros pasos para ver dónde no volveremos a pisar y dónde dejamos la huella correcta.  Es bueno evaluar los resultados, revisar con distancia las decisiones que tomamos, a veces después de una consulta rápida, otras con horas de estudio, a veces por la inercia de lo que vimos hacer a otros, y en ocasiones con la intuición como guía.  Sólo así puedes configurar al MFyC que aspiras ser sabiendo que no hay una única manera de hacer las cosas, y que aunque siempre pongamos la mejor intención, no todo sale como quisiéramos, no acertamos siempre.

La mayoría de las decisiones se toman en consulta, se toman en una auténtica montaña rusa.  Agosto me ha enseñado que no es lo mismo mirarla desde abajo que estar subida en ella; darse una vuelta y bajar, que seguir montado y repetir y repetir... Tampoco montar solos o acompañados deja las mismas sensaciones.  Sé que si me subo sola me gusta que mi tutora me espere abajo.   Porque mi feedback lo consigo gracias a AC, que ha vuelto a la consulta.  Porque ahora valoramos en equipo las experiencias que viví yo sola, ahora puedo contarle porqué lo hice y escuchar lo que ella haría,  ahora somos tándem, ahora aprendo aún más, ahora sí que sí. 



31/08/2021: Los ojos de Petra

Petra me preocupa, mucho.  Lleva muchos años a la espalda y le duelen, las dos cosas.  Está triste desde que la conozco, ha perdido mucho, ha vivido las muertes más proximas, su marido y su hijo no están, pero ella aún los siente, aún les habla aunque nadie conteste.

El tiempo la ha ido dejando mayor y sola, y aunque se defiende como puede, últimamente las lumbares le limitaban demasiado.  Vino más triste que antes, con la ropa mucho más holgada, vino a decirme, "tengo algo malo dentro, lo noto".  Me dijo que quería encontrarlo y yo me puse a buscar,  busco por todas partes procurando no hacerle daño.  

Encontré un dolor, antiguo conocido que había vuelto, que no la dejaba moverse, dormir, comer, hacer su vida de antes.  Un nuevo estudio me hizo falta para saber que no había nada nuevo.  Vamos controlando el dolor y Petra va viniendo a la consulta y va comiendo, va durmiendo y ya no está tan triste. Yo seguiré buscando porque aún le va grande su vestido verde, aún no es la Petra que yo conozco.

Petra me preocupa; pero hace unos días me hizo ver que también yo le preocupo a ella. 
- ¿Tú eres la médica de la semana pasada?
- Sí Petra, soy María.
- Ah! Pues hoy estás más guapa.
- ¿Y eso? ¡Llevo la misma ropa!
- Yo te veo mejor, serán tus ojos hija.

Y así, sin más motivo que habernos visto en un apuro y estar saliendo juntas, me dio las gracias y un abrazo, y me curó de golpe. 

Lleva razón, la semana pasada las dos compaartimos un mal día, y ya estamos mejor.  Yo lo noto en sus ojos, ella en los míos.  No se me olvidará el momento en que el abrazo de una frágil anciana me levantó en el aire y me devolvió a mi sitio.  Entendí porque estoy donde estoy.  Decidí seguir aquí, acompañar a Petra en lo que sepa y que vea en mis ojos otra vez eso que la dejó tranquila.  No sé que fué, pero que lo vean todos.




27/08/2021: Un capote

Ojalá incluyeramos en el MIR MFyC un espacio para rotar con otros médicos que nos rodean.  Se puede aprender mucho de quien trabaja en la puerta de al lado, haciendo la misma medicina pero con otro estilo.  Cada consulta tiene vida propia porque su MFyC se la concede. 

La entrada de hoy es precisamente para una MFyC que conozco y con la que rotaría bien a gusto.  Os presento a MSL.  Sólo una vez me senté a su lado en su consulta y pude ver como trabaja.  Desde entonces creo que es una guerrera con mucho criterio, ahora además sé que es una docente estupenda.  Aunque no tengamos el privilegio de que sea tutora, a mi ya me ha enseñado un par de cosas importantes.   

Ella tiene arrestos suficientes para presentar un caso en un congreso que hable de un error médico propio, y hacerlo desde la humildad y con máximo respeto.  No hay apenas médicos dispuestos a compartir conmigo sus "puntos de mejora", con esa valentía de admitir que nos equivocamos, con la determinación de querer evitar que ocurra lo mismo a otros pacientes, la generosidad de que otros compañeros aprendan a su costa. 

MSL me anima a investigar algunas cosas,  creo que se hace preguntas con frecuencia y que está dispuesta a buscar respuestas en equipo.  No es fácil encontrar a alguien que después de una dura jornada se pase por tu consulta para darte la idea de un proyecto nuevo, y te ofrezca un compromiso tan real para desarrollarlo.

Pero sin duda, lo que más valoraré de ella siempre será el capote que me ha echado estos días.  Haciendo un hueco en su tiempo, sabiendo que había pasado un rato muy desagradable en la consulta,  ha entrado para acompañarme un momento,  para escuchar mi último sinsabor con una paciente difícil que ella conoce, para darme su opinión al respecto, con tacto, con paciencia, con acierto.  No ha tenido miedo de hablarme de lo que pocos se habían atrevido antes, de la ruptura de la relación médica-paciente, de lo que nos puede hacer sentir, de lo que supone para nosotras, de afrontarla con entereza.  Tiene la habilidad de hablar muy claro, de decir la verdad aunque sea incómoda.   Una conversación sincera se ha convertido en una de las mejores tutorías que he tenido, y creo que ella no lo pretendía.  

Tiene toda la razón cuando dice que a todos los médicos nos haría falta reflexionar sobre esta circunstancia, porque nos puede pasar tarde o temprano; que nos falta formación para saber sobrevivir a una discusión con un paciente, a un mal día de consulta; que esto debería ser parte indispensable del temario de la carrera, debería caer en el examen.  Su conclusión me vale, pero yo añadiré que debería explicárnoslo MSL.  

Gracias por todo.  Te debo una bien gorda compañera.



22/08/2021: Vuelvo

Un viento nuevo me devuelve a la consulta.  Lleva un poco de cierzo de mi pueblo, otro tanto de brisa marina, aire caliente de la casa de mis padres, vendaval de mensajes con amigos, algún suspiro nuestro, inercia compartida, un soplo desde el cielo, una chispa de ruah.

Vuelvo aunque sepa que otra vez será difícil, vuelvo sin garantías de mejora, vuelvo sabiendo que habrá nuevos incendios porque siento que a esta especialidad hoy su nombre le viene grande.   Pero vuelvo porque sé que a pesar de todo este es mi sitio.  Ha sido duro darme cuenta de que algo me ha atrapado, que la pasión por mi trabajo me llevará de la realización a la locura una y mil veces, que ni puedo ni quiero aprender a ser MFyC de otra manera, o en otra parte.  

Un viento me hace atravesar de nuevo la puerta de la consulta.  Sé que no hay otro lugar donde recuperar la esperanza, donde ocurra la magia de ser médica tal como yo lo entiendo.  A veces me abruma tanta confianza depositada en tan poquita cosa,  que ganen tanto peso unos pocos minutos,  que pueda cambiar tanto con tan pocas herramientas.  A veces me parece que es todo un privilegio sentarme en esta mesa y otras estoy encadenada a ella.

No sería tan duro ver como se desmonta nuestra especialidad si no le diéramos el tremendo valor que tiene.  Nos dolería menos la vocación sin tanto compromiso.  Pesaría muy poco cada intento sin tantas ilusiones puestas en el futuro.

El viento no me deja opción a dudas.  Vuelvo aunque me queje, aunque me canse, aunque diga que no volvería.  Me espera un calendario lleno, una pantalla a tope, un pijama limpio, un teléfono insistente, una sala de espera impaciente, una pila de papeles.  Esperad un momento que el viento trae a la Dra Escori.

13/08/2021: No sé mañana…

Hoy he cerrado la puerta de la consulta por fuera, con prisas para poder llegar a la cuarta guardia de la semana, con 160 h trabajadas en los últimos 14 días, después de haber bregado con demasiadas tempestades durante las mañanas en consulta,  pilotando sola el barco, faltándome tripulación por todas partes (dos semanas sin la almirante, AC, ni las oficiales de abordo, enfermería).  Cierro la puerta y abandono el naufragio, y por primera vez desde que empecé a trabajar, me voy con una extraña y desagradable idea en la cabeza “mejor lo dejo”.

No será por no haber preparado antes mi viaje en solitario, no será por no haber contado con apoyos un MFyC diferente ha tocado mi puerta cada día “búscame si necesitas algo”, no será por no haber echado el resto dentro y fuera del trabajo, o quizá fue por eso.

Será que a veces solo importa atender cuantos más pacientes mejor, sin pensar quién lo hará, cómo, o a qué precio.  Será que pensamos que todo cabe y forzamos lo que ya está dado de sí.  Será que casi nadie piensa en la persona que hay bajo la bata.  Será que la capacidad que creí tener era espejismo y que me falta resiliencia ante el desastre, que me fié de lo propuesto en lugar de proponer lo más fiable.  Aún soy marinera, capitanes, a lo mejor un mes en alta mar me hundo, sigamos navegando los miércoles por la bahía.

Será también que me ha desorientado esta doble identidad que me hace ser MFyC de día y médica de urgencias por las noches.  A veces puede resultar confuso y cuesta alternar un escenario con el otro.   Hoy me da miedo revisar los días libres en mi calendario y preguntarle a mi reloj cuanto he dormido, algo seguro porque he soñado ya dos veces que hacía un MIR distinto. 

Es la primera vez que salgo y no quisiera entrar de nuevo, que dudo que merezca la pena tanto esfuerzo, tanto tiempo, tanta vida.  Salí sintiendo solamente desencanto, no es rabia, no es rencor, no me enfado, ni tampoco me arrepiento, pero no tengo fuerza para seguir luchando por la especialidad de la que me enamoré y hoy me descubre sus miserias.  MFyC, hoy no siento que seas mi sitio.  No sé donde he dejado la ilusión y las ganas que me trajeron hasta ti, no sé porqué sólo me acuerdo de lo malo que me das y de lo mucho que me quitas.  No recuerdo donde he guardado los pequeños triunfos acompañando a mis pacientes, ni porqué no escucho a la buena gente que aún cree en ti aunque tú los maltrates.   

Te dejo.  Me tomaré unos días para recuperarme, cierro la puerta y esperaré que el fuego se consuma y yo esté lejos, no quiero ni mirarlo.  Encontraré a la Dra. Escori y la traeré de vuelta.  Es la primera vez que cojo vacaciones como huída, dejando tras de mi los restos de un incendio.  Hoy quema, no sé mañana…




04/08/2021: Casi me quemo

Cuando empecé la residencia, muchos experimentados R mayores me advirtieron sobre los fuegos que durante 4 años de trabajo pueden quemarte y hacerte daño.  No les creí, más bien pensé que a mí no me pasaría, que la vocación y la motivación me proporcionarían una capa ignífuga y me protegerían, siempre.  

Hoy me he descubierto al final de la mañana enfadada en consulta.  Me he dado cuenta al escucharme reprochándole a una paciente por teléfono sobre un tema burocrático, con buena parte de razón pero en un tono áspero que no es mío, con prisas, a un ritmo poco amable, sin ganas.  Una respuesta que jamás había dado antes me alarmó, “no te creo”; yo no soy así.  El humo había invadido la consulta, maldito intruso, ¿tú de dónde sales y porqué no me dejas respirar? ¿qué me está pasando?  ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Que me quemo! 

Era fuego que hoy se ha interpuesto entre nosotras (mi paciente y yo) para arrasar con las mejores herramientas de que dispongo, la escucha, la paciencia y la empatía.    Lo he apagado con dificultad, me he disculpado, ella también y hemos terminado la consulta, sofocado el incendio, con un “gracias María” y “cuídate”.  Entre las cenizas he encontrado sobrecarga de trabajo, mucho cansancio, estrés, cierto desencanto, algunas inseguiridades, autoexigencia y una deuda de tiempo para tantas cosas… siguen ahí, aún quedan ascuas.

He aprendido que en las épocas de más trabajo, de cambios, de nuevos retos; se producen más incendios.  Soy inflamable, como todos, y por eso la prevención es tan importante.  Es bueno conocer las ascuas y no dejar a la vocación la dura tarea de extinguir los incendios.  Lo digo porque casi me quemo.



26/07/2021: Visitas al palacio de soledad

Todos tenemos pacientes que por motivos de inmovilidad o fragilidad apenas salen de sus casas.  Personas que necesitan que, aunque no ocurra nada nuevo, los visitemos para asegurar que nada cambia o acompañarles en sus cambios.  Consiste en sentirlos cerca y que nos sientan con ellos, medicina de constancia.  Supongo que cada MFyC pensará al leerme en unas pocas personas a las que conocen sólo en el escenario de sus hogares, que con frecuencia se cuelan en sus memorias, “¿cómo estará? Hace tiempo que no nos vemos, un día de estos paso por su casa…”  Personas por las que, de vez en cuando, hacen un hueco en su agenda a codazos, maletín en mano salen a la calle, cruzan el umbral de esa puerta conocida y pasan un ratito sentados en el sofá, a la mesa, al borde de la cama.

Lo llamamos domicilios programados, o “pasar a dar vuelta”.  Hoy quiero presentar uno de ellos, las visitas al palacio de Soledad (su pseudónimo no es casual, alerta spoiler).

A Sole siempre le parece bien que pasemos a verla, siempre abre con emoción la puerta de servicio y nos acompaña hasta un salón preparado para las visitas.  Con añeja elegancia nos ofrece un tentemié y se sienta con nosotras para contestar, extensa y atropelladamente, a la única pregunta que permite formular “¿qué tal estás Sole?”.  Empieza siempre de la misma forma “pues mal…” y mis oídos siguen atentos su relato pero mis ojos se escapan e inquietos se deslizan por los detalles de la escena.  La historia de su familia quedó esculpida en los adornos de su casa, el comedor es un santuario a sus recuerdos donde encontrarás viajes de altura impresos  en viejas fotos, cultura clásica almacenada con lomos desgastados y páginas intactas, valiosas herencias de familia que ha ido desapareciendo, regalos que un día transportó el cariño y hoy quedan inmóviles en su vitrina.

Soledad los mira y podría devolverlos a su época precisa en un monólogo que saltaría de uno a otro, evocando una nostalgia infinita.  Recuerda todo lo que ocurrió, sin embargo se olvida cada día de tomarse la pastilla de la tensión.  Venimos para recordarle que es importante que la tome, pero no le gusta que le demos consejos, quiere que nos dediquemos a escucharla.

Tiene una enfermedad neurológica.  Le obliga a levantarse despacio, a caminar con apoyo de una muleta, a pasos cortos, por los recorridos invariables de su casa.  Le fuerza a mover la cabeza como negando todo, todo el tiempo, un movimiento que parece secundar el pesimismo que la envuelve.  Transforma su voz en un susurro tembloroso; diera la sensación de poder agotarse en cualquier momento, y refleja inevitablemente toda su fragilidad.

Sabe que tiene temblor esencial, no es eso lo que la hace llorar cada vez que hablamos con ella.  Echa de menos a su marido, más bien su sombra, lo que fue antes de deteriorarse y entrar en la residencia, echa de menos a su hija, más bien su piel, porque su voz atenta aguarda a una llamada de distancia.

Mira a diario las huellas tras de sí y echa de menos a quien las hizo, una mujer más joven y más acompañada.  Tiene miedo de seguir pisando y que ya no queden huellas que dejar, y llora, siempre llora.

Soledad se ha instalado en los relatos melancólicos de su pasado y se ha encerrado entre los muros de un palacio que la entiende.  Ni su hija, que habita al otro lado del teléfono, ni nosotras, que visitamos el palacio con frecuencia, podremos rescatarla de sus recuerdos, liberarla de su pena, cerrar la puerta al despedirnos sin saber que se queda llorando en su palacio.



30/06/2021: ¿Puedes llamar a mi hija?

Hace varios meses, conocí a mi hepatopaciente favorito, Gero. Venía remitido por su médico de toda la vida, al que en pocas ocasiones se había acercado a saludar.  Venía para quedarse.  

El culpable era un hígado castigado por el alcohol desde hacía mucho tiempo.  Se había defendido a cicatrices y ahora, agotado, dimitía de casi todas sus funciones imprimiéndole a Gero un color amarillento en los ojos y la piel, un color que presagiaba el ingreso en el hospital desde la primera mirada que cruzamos.

Me contó que había sido poco a poco, que le dolía el costado desde hacía meses, las piernas y el abdomen ganaban el volumen que al resto del cuerpo le faltaba, y le costaba coger aire y caminar desde hacía semanas. Me contó que vivía solo y que solo el espejo se percataba en silencio de su cambio de color.  Yo le dije que en el hígado había algo más que las cicatrices, y que era grave, y merecía toda mi atención y la suya. Después de un silencio me preguntó sólo una cosa "¿Puedes llamar a mi hija Julia?"

Me sorprendió que al preguntarle su número de teléfono no necesitó que le acercase el móvil, lo dijo de memoria y al instante, como dirías tu fecha de nacimiento.

Me fui al despacho, marqué, me presenté y Julia, al otro lado, respondió. Le dije que su padre iba a ingresar, que estaba muy grave, que podría venir a acompañarlo un momento mientras yo lo atendía.  Me interrumpió para gritar que no vendría, que ya sabía suficiente, me advirtió que no la llamásemos de nuevo porque ya no quería conocer el final de esta historia.   Le pedí disculpas y entre sollozos colgó el teléfono.

No sabía cómo contárselo a Gero, ensayaba de camino al box, me sentía capaz de explicarle con detalle que su hígado lo abandonaba, pero no tenía ni idea de cómo decirle que su hija renunciaba a venir a despedirse.  Evitando que el contacto visual me delatase, me senté en su camilla, le cogí la mano y cuando quise empezar a hablar y nos miramos, me di cuenta de que estaba ya todo dicho.  "No va a venir. "

Lo supo incluso antes que yo.  Me contó que no había sido el padre que hubiera deseado, que hacía muchos años que no hablaban por muchas y poderosas razones que le pesaban, que había cometido errores a su juicio imperdonables que dejarían a dos nietos sin conocer a su abuelo amarillo.  Pero tenía que intentarlo ahora que el semáforo de la piel se le ponía en ámbar, y antes de detenerse por completo lo intentó.  Me dijo que la echaba de menos a diario y que sólo quería verla; creo que quería pedirle perdón.

Gero falleció días después y por más que revisé la historia clínica nadie apuntó si habló con Julia o no.  Nos empeñamos en apuntar dónde le dolió, pero no escribimos lo que de verdad le hizo sufrir.

Con Gero aprendí muchas cosas sobre cirrosis hepática, hepatocarcinoma, síndrome hepatorrenal... pero también entendí que no debemos esperar para hacer esa llamada que nos ronda la cabeza, que con el tiempo la culpa es un parásito que solo sabe crecer,  que reunir valor para pedir perdón nos hace tan grandes como saber perdonar, y que hay que intentarlo siempre y hasta el final.


27/06/2021: El tetris de nuestra agenda

Cuando estudias medicina no te imaginas que de vez en cuando te sentarás en la mesa de tu consulta y no será frente a un paciente, será delante de una o varias tablas de excel.   Tu agenda en un papel, tú echarás cuentas, dividirás las horas, decidirás el orden de los pacientes, ajustarás el número de huecos.  Otros días organizarás a tus compañeros en las distintas guardias de los diferentes días del mes, programarás el calendario de sesiones, registrarás las vacaciones y permisos del equipo...  Pensabas dominar diagnósticos y tratamientos y ahora te mueves entre tablas infinitas, cronogramas, calendarios...  No  tenías ni idea de que además de médica serías gestora de tus recursos y tus tiempos.  

Hace unos días AC y yo nos sentamos a reorganizar nuestra agenda.  Es como un tetris avanzado, en el que deberías cuadrar los minutos de la jornada laboral para atender al número preciso de pacientes, dando a cada cual el tiempo necesario, en el espacio más adecuado, en el momento oportuno y de forma que sea asumible, para MFyC humanos, terminar con dignidad y cerca de la hora de salida. 

Con ese objetivo nos sentamos a diseñar las reglas de nuestro particular tetris de cada día.  ¿Cuántos minutos le damos a la consulta telefónica? ¿Cuánto a la presencial? ¿Cuántos huecos guardamos para gestión propia? Hay que separar a los pacientes para que no se junten en sala de espera, hay que dejar huecos a primera y última hora para ser más accesibles, los martes y los jueves deja el hueco de las sesiones, los domicilios los ponemos al final, quita un par de minutos por aquí, pon un hueco más de estos por allá... ¡no me queda rato para hacer un pequeño descanso!,  "¡pero si nosotras no descansamos María!", pues también es verdad...  ¡Entonces ya está lista! ¿Crees que así funcionaremos bien? "Pues...¡ojalá!"

Algunos días las piezas van cayendo en sus huecos a buen ritmo y pasamos de nivel.  Pero otros días cae una que no encaja y te retrasa, cae una sin hueco, caen dos a la vez, y la siguiente ya no sabemos muy bien dónde ponerla y vamos colocando las restantes a trompicones, como podemos, hasta que finalmente acaba la partida, hasta arriba de piezas.  Acaba la consulta y nos quedamos con esa sensación de rápido y desbordante colapso, sensación de derrota, como cuando pierdes al tetris.

Poco a poco tengo que aprender a gestionar el tiempo, dar a cada paciente lo que necesite, ni más ni menos, colocar cada pieza en su lugar, pasando a la siguiente sin prisa pero sin pausa.  No soy especialmente buena con el tetris, perdí la primera partida que jugué, pero con la práctica iré cogiendo la mecánica supongo.  Creo que hay muchos MFyC jugando al tetris por ahí, ¿irán ganando o estarán perdiendo?



25/06/2021: Un mal día

Si vas a dedicarte a la medicina o conoces a alguien que lo hace debes saber algo importante sobre nosotros.   A veces puede parecer que la vocación nos convierte de la noche a la mañana en invencibles héroes con bata que velan incansablemente en defensa de la salud de la población.   Incluso puedes encontrar a quien interprete este papel a la perfección, al menos por un tiempo.   Siento decepcionarte, pero la inmensa mayoría somos comunes mortales a los que ni la vocación librará de las dudas o los errores, del estrés y el desánimo, de pasar malos ratos, muy malos ratos.

Después de una dura consulta, bordeando el desencanto camino anestesiada hasta mi casa, al llegar tiro la mochila pero aún noto todo su peso en los hombros, la ducha fría solo se lleva la capa más superficial del cansancio, pongo algo de música intentando encontrar un cantautor que me parezca lo suficientemente triste.  Hoy ni siquiera en mi refugio habitual encuentro descanso, me he dejado la ilusión en la taquilla, se me han roto las ganas de volver mañana.  En estos casos sólo la escritura reflexiva me devuelve la cordura: "¿Qué te ha pasado? Que me estoy exigiendo un cambio pero aún opongo toda mi resistencia." 

Dos pacientes me han puesto contra las cuerdas sin saberlo, en sus 10 minutos de consulta me han hecho desfilar entre la rabia, el dolor, la impotencia y la pena.  Han tomado una decisión que no comprendo, que no me gusta, que me hace daño, pero que necesitan.  Lo que nunca pensé que haría, lo que nunca pensé que escribiría en una historia,  la mirada que no creí que podría aguantar... se ha colocado frente a mi pidiendo comprensión y se la he dado.  Pero me ha dejado con esta horrible sensación de no tener muy claro si estaré a la altura de soportar el peso de mi propia decisión.  Y es que hoy elijo respetar las decisiones libres de mis pacientes y acompañarlos siempre, aunque a veces no coincidan con lo que yo hubiera querido para ellos, y esto tiene un precio.  Está bien, acepto los malos ratos.

La MFyC ha encontrado uno de mis puntos débiles y yo he descubierto unda de sus flaquezas; parece que nos vamos conociendo mejor, amiga mía, y no sé si darte las gracias o mandarte a la mierda.



19/06/2021: Medicina Familiar y... ¡Ah sí! ¡COMUNITARIA!

- ¿Y cómo dices que se llama tu blog? 
-  Diario de una MIR MFyC, 
- Ah... ¿y eso qué quiere decir? 
- Médica Interna Residente en Medicina Familiar y.... 
- ¿y?
- ... ¡Ah sí! ¡Comunitaria! 

¡Menudo lapsus! ¡Se me olvidó por un momento la mitad de mi especialidad!  Pero tengo que admitir que no me sorprende demasiado. No es infrecuente que pasemos por alto la comunitaria, a la hora de elegir la especialidad primero, en nuestra formación como residentes después, en nuestros equipos de trabajo, y poco a poco en nuestro día a día.

Reconozco que buena parte del tiempo soy Médica de Familia, a secas.  Creo que lo soy porque priorizamos un aprendizaje tremendamente biomédico y simplista, aprendemos a buscar una sola causa a los problemas que se sientan frente a nosotros y buscamos una solución con las herramientas que nos quedan al alcance de la mano.  Cuando invito a un paciente a entrar en la consulta y cierro la puerta, muchas veces olvido que tanto él como yo, dejamos todo nuestro mundo fuera.   

Y es que nuestros pacientes vienen a consulta, pero vuelven a la Comunidad.  Allí tienen su vivienda, buscan o desempeñan su trabajo, se relacionan con su familia y sus amigos, crean sus grupos o se sienten solos, disfrutan del ocio, van a la compra, practican ejercicio y hacen frente a los problemas y contratiempos.  Y allí, cada cual con sus circunstancias (nosotros los llamamos determinantes sociales), es donde experimentan salud y enfermedad.  Si se conoce el entorno, si se pone en contexto, se entiende mucho mejor que cada cual vive o le toca vivir de una forma muy diferente su condición de salud.

Para enseñarme todo esto, mi tutora AC, de vez en cuando me asoma a la ventana porque la comunitaria puede hacerse "pasando consulta mirando a la calle".  Para eso ayuda mucho la longitudinalidad (así llamamos al lujo de que siempre te atienda el mismo MFyC), es decir, "pasar consulta mirando siempre la misma calle".

La comunitaria también nos mueve a interactuar con ese contexto y ese entorno como parte del mismo.  Pero la realidad es que poder hacerlo depende por completo de la motivación del equipo.  Desde fuera no se promueven, no se facilitan, no se regulan, apenas se visibilizan.  No hay un tiempo ni un espacio de trabajo reservado para levantarse de las sillas y salir a conocer el barrio y sus recursos, hacer un mapa con los múltiples tesoros (activos) que en el barrio ayudan a mejorar la salud de sus gentes, acercarse a preguntar qué necesitan, darles voz y participación en la toma de decisiones, colaborar con ellos o simplemente acompañarles... Tristemente y casi siempre, todo queda relegado a acciones puntuales que salen adelante gracias al voluntarismo de unos pocos entusiastas.

Por suerte, aunque en su día la comunitaria parecía simplemente un complemento de mi especialidad, estoy rodeada de un equipo que piensa que es una tarea indispensable para la población, una labor irrenunciable para nosotros.  Contagiadme para que no se me vuelva a olvidar que mi Medicina Familiar y Comunitaria es indivisible.

12/06/2021: ¿y si fueras médica de prisiones?

Hace unos meses decidí acercarme a una realidad que para muchos MIR MFyC queda lejana y escondida.  Sus propios profesionales la definen como la gran desconocida, la gran olvidada, la sanidad de frontera.  Estoy hablando de la Sanidad Penitenciaria.

Y es que ser médica en la cárcel no se contempla durante la carrera de medicina y apenas se plantea en la formación MIR.  Tampoco la administración o la sociedad han percibido la prisión como un área de salud dentro del sistema sanitario, quedando relegada a un servicio coyuntural.  Incluso los muros de las cárceles suelen ser del mismo color que el terreno donde se construyen; tomando cierta distancia, apenas se distinguen en el paisaje.

La prisión forma parte de mi paisaje desde hace años.  La experiencia del voluntariado entre sus muros me tatuó una duda que llevaré mucho tiempo en la piel: ¿y si fueras médica de prisiones?

Decidida a responderme, solicité una rotación de un mes en una sanidad que es completamente diferente en todo y a todas las demás.  Si hoy volviera a entrar en prisión me gustaría recordarme lo siguiente:

Llegar al puesto de trabajo implica cruzar 9 puertas de seguridad que te separan de la libertad en todo momento, se abren, pasas, se cierran tras de ti y no se vuelven a abrir.  Antes de cruzar la primera puerta intenta abandonar todos los prejuicios que traigas. Tranquila, recuerda que el primer día te costó mucho entrar pero más te costó salir el último. 

Una vez dentro necesitarás ser paciente porque allí los ritmos no los marcas tú, ser tolerante con nuevos entornos y formas de trabajar (la cárcel está pensada para cumplir condena, no es un centro de salud, pero tú sí eres médica). Sé respetuosa con la autoridad que busca salvaguardar la seguridad de todos. 

Tendrás que seleccionar y utilizar los recursos de la forma más racional  y eficiente posible, conocer los problemas y enfermedades más frecuentes y estar dispuesta a manejarlos fuera de tu zona de confort.  Deberás asumir funciones de atención primaria, urgencias, centro de larga estancia o crónicos y socio-sanitarias. Ya sé que hace mucho que no sacas sangre, ni has cosido semejantes heridas, ni has puesto una escayola, manejado el aparato de rayos X ni el ecógrafo... espabila porque tienes a profesionales excelentes para enseñarte.

A veces sentirás que la labor clínica asistencial enfrenta al carácter legal-judicial-regimental, surgirán conflictos éticos casi a diario, haz una pausa, toma distancia y busca consejo en quienes ya los experimentaron, sabrás qué hacer.

En las películas la cárcel está llena de presos, quizá te decepcione la realidad cuando te encuentres con personas.  En la consulta piensa en el primer paciente que atendiste.  Llámale por su nombre, ya lleva muchos años oyendo su apellido y su módulo. Piensa que ahora eres su médica, no le condenes que para eso ya estuvo el juez, escúchalo porque a veces nadie más lo hará, quizá le cueste tomar decisiones compartidas y le parezca raro que preguntes su opinión porque lleva mucho tiempo sin decidir nada, cumpliendo órdenes.  Ten en cuenta que vive una marcada rutina donde cualquier pequeño cambio gana intensidad de forma exponencial y una llamada de un familiar, una visita, un juicio, una medida coercitiva, una instancia, un permiso, la salida a libertad... o no cambian nada o lo cambian todo.  Permite desde el respeto sus malos días, su frustración, tú eres libre de tenerlos y él también.  La privación de libertad no debería implicar peor salud, merecen una médica excelente, no lo olvides.

No es una experiencia apta para todos los públicos, la vocación penitenciaria te pareció sólo al alcance de personalidades valientes, fuertes e impasibles, pero ahora sabes que requiere fundamentalmente sensibilidad, compasión y compromiso.   Dudarás de si tienes lo que hay que tener muchas veces, no te estreses, no hay prisa, yo aún sigo dudando María.



06/06/2021: Los MFyCs no nacen, se forman

Cuando empecé a estudiar bachillerato con idea de hacer la carrera de medicina mi madre me dijo que aquello era "estudiar como una loca".  Cuando decidí especializarme en Medicina Familiar y Comunitaria, me dijo que esto es "estar toda la vida estudiando".   
Pues bien, toda la razón mamá, aunque lo llamemos oficialmente "formación continuada", efectivamente, es nuestro derecho y nuestra obligación actualizarnos, estudiar y mejorar siempre.  

No es fácil formar (darle forma) a una MFyC.  Hay que buscar una buena base para empezar a construir, juntar las piezas adecuadas, hay que pulir las asperezas y reforzar los puntos de apoyo.  

De vez en cuando salimos a buscar materia prima y ayer, un grupo inquieto de MFyCs, fuimos a Madrid a una jornada espectacular donde entre varios ponentes nos entregaron los materiales más selectos.  

Nos ayudaron a recordar las novedades de nuestra particular medicina en los últimos años, esas que a veces nos han obligado a darles la vuelta a las costumbres.  Nos presentaron nuevas herramientas que debemos incorporar a nuestra práctica poco a poco, y nos mostraron que aún hay mucho que conocer respecto a las que llevamos utilizando desde siempre, aún hay tanto que explorar...  Insistieron en mantener la mirada crítica y no caer en las inercias y las rutinas,  poner en el punto de mira lo que "toda la vida se ha hecho así".  Abrimos los ojos al concepto de la equidad, se hizo tangible y se metió en nuestras consultas.  Pusieron en valor nuestro trabajo, nuestra vocación, dejaron claro que la Atención Primaria no es un lugar y no dura 5 minutos.  Entre todos nos administraron una generosa dosis de energía para poder continuar "toda la vida estudiando".

Lo que más disfruto de las tardes de estudio ahora, es saber que detrás de todo esto que leo, subrayo, imprimo, guardo, habrá nombres de pacientes que podrán decir que me tomé el interés de hacer lo que en aquel momento parecía mejor.  Sé que nunca dejaré de estudiar pero ahora entiendo que no será para tener más títulos, para llegar más alto, para que no quepan en casa tantos libros... Sólo quiero "saber más para cuidar mejor".  

Y sé que como yo, hay tantos MFyC que nunca dejarán de estudiar.  Lo sé porque los tengo cerca, confío en que nunca dejarán de hacerse y hacer preguntas, de invertir su tiempo y esfuerzo en formarse y formar, de basarse en la mejor evidencia sin dejar de mirar a los ojos a su paciente.  No les deseo otra cosa que poder estar "toda la vida estudiando".




03/06/2021: Salgo de guardia

Hoy salgo de guardia.  Quiere decir que he salido pitando del centro de salud por la mañana hacia las urgencias de mi hospital de referencia, y he vuelto a casa al día siguiente con cara de pocos amigos, la voz gastada, arrastrando los pies, con la mochila que me va a estallar y mucho mucho sueño.

Hace 3 años que empecé a familiarizarme con esta forma de trabajar que exige conocer a nuevos pacientes todos los días, prestar atención a la gravedad y tomar decisiones muy deprisa.  Cada día que paso allí, entro y salgo de los boxes más serena.  He ido recopilando mejores y peores experiencias que me hacen orientar mejor mi trabajo.  Para bien y para mal hay pacientes que nunca olvidaré y otros que nunca me olvidarán; y todos van conformando la médico que busco en mi. 

A pesar de que ya son parte de mi rutina; aún me pongo nerviosa el día anterior a la guardia, aún preparo la mochila llevando más libros de los que luego consulto, aún pregunto a los compañeros dudas que surgen cuando te das cuenta de que cada caso tiene algo especial y de que no todos los pacientes caben en tus algoritmos,  aún reviso dos veces los informes que escribo antes de decidir, aún termino rendida mirando cuantos días tengo para coger fuerzas para empezar la siguiente.

Algunos MIR como yo dicen que lo mejor de una guardia es que termina.  Yo creo que lo mejor de nuestra guardia es compartirla.  Trabajar juntos, pensar acompañados,  saber que somos equipo, hacernos espaldas cuando las cosas se ponen difíciles y pedir pizzas para cenar si controlamos la situación.  El tandem perfecto se produce si la experiencia sale al rescate de quien da sus primeros pasos y su ilusión no deja que el cansancio hunda al mayor.  

Han pasado muchas noches de guardia y hoy salgo igual de cansada que el primer día, pero tengo la sensación de que, como tantas veces que he pasado a ver a algún paciente antes de irme, ha merecido la pena intentar estar a la altura.






30/05/2021: Conociendo a Dan

La otra noche, en una de mis guardias de Pediatría (noches de hospital infantil, de atender a pacientes desde 28 días hasta 14 años de vida, de lloros, de mocos, noches que a veces me regalan un dibujo abstracto, a veces me hacen dudar si no hubiera sido una pediatra feliz, a veces son noches de anticoncepción infalible).  Bueno, en mi última aventura con los pediatras, conocí a Dan.

Dan es un niño de ocho, ocho, ocho, ocho años, que no sonríe, no te mira, habla muy poco y se porta genial.  Dan viene por tos, tos, tos, tos, desde que esta mañana salió de su colegio de educación especial.  La madre de Dan me lo cuenta todo y yo me pongo mi EPI para escuchar cómo funcionan los pulmones de Dan y verle la garganta.

A Dan no, no, no, no le parece una buena idea y menos con las pintas que llevo.  Sentado en su silla está ocupado contando todas las cosas que tengo en el box, cuenta hasta llegar a cuatro, cuatro, cuatro, cuatro, porque es su número favorito.  Todo lo que dice lo repite cuatro veces porque creo que a él le suena muy bien así y yo me entero mejor.

Dan nunca se quita la ropa, "no toques el rojo" me dijo agarrándose la camiseta de ese color.  Al intentar colocarme cerca para negociar con él... rocé su zapatilla.  Enfadado y lloroso me aclaró "ya vale, ya vale, ya vale, ya vale".

Su madre me explicó que Dan sabía de sobra lo que iba a pasar: conoce la exploración al dedillo, pero Dan no tiene un pelo de tonto, tiene un TEA (trastorno de espectro autista) y tiene muy claro que hay una forma de hacer las cosas que va más con su estilo. 

"Así, así, así, así", cogió mi fonendo y lo fue colocando donde se escuchaba perfectamente su corazón y sus pulmones, y donde no llegaba a colocarlo, su madre le ayudaba con cuidado.  Cogió el otoscopio y lo puso en sus oídos, luego me dejó manejarlo para ver ese tímpano brillante, abrió la boca mirando al techo para ver esas tremendas anginas inflamadas y al cerrarla dejó claro de nuevo "ya vale, ya vale, ya vale, ya vale".

Pues sí Dan, ya vale de pensar que sólo hay una manera de hacer nuestro trabajo.  Gracias por ponerme en mi sitio, que está donde tú quieras que me ponga, gracias por colaborar conmigo aunque yo no colaboré contigo,  me has dado una lección diciéndome tan solo cuatro cosas muy bien dichas, déjame que te de las gracias, gracias, gracias, gracias.


22/05/2021: Al volante

Ayer me recorrió el mismo hormigueo que a los conductores noveles al meterse en la autopista.  En la consulta, AC siempre viene de copiloto, como cuando en la autoescuela cuentas con las indicaciones del instructor y sabes que hay un freno de emergencia que controla.  Pero un día montas sola en el coche y, aunque conoces la ruta, el volante es sólo tuyo.

Ayer AC se bajó del coche y a mi me faltaban manos, me volaba el tiempo, la consulta era gigante, el ordenador muy lento, el teléfono pequeño, mi sello era más pesado, la mesa más bien mi salpicadero, ¿quién me ha dado un ferrari si yo he pedido un renault 5?

¿Y si hoy tengo dudas? ¿Y si hoy me retraso? ¿Y si hoy algo falla? ¿Y si hoy fallo yo? Espera... ¿No son estos los riesgos que existen siempre que alguien coge el coche?  Tranquila, conduce con prudencia, ponte el cinturón, no pasa nada si algún tramo hay que ir más despacio, si tienes dudas para y piensa, si algo falla intenta repararlo y seguir (recuerda que AC sigue siendo tu asistencia en carretera), si fallas tú baja del coche un momento y descansa o busca compañía.   

Mi primer viaje de consulta en solitario duró unas tres horas, y una vez arranqué todo fue rodado y puedo decir que lo disfruté.  No sé si yo llevé la consulta o fue la consulta la que me llevó a mí.  Sé que me queda mucho por aprender, me falta práctica en las curvas cerradas, hacer rutas más largas, coger velocidad... 

Un año entero tengo para ir conduciendo llevando mi "L" (dentro de tres días seré MIR R4 MFyC), un poquito sí me pesa la responsabilidad, algo de vértigo tengo si veo lo rápido que han pasado los tres últimos años, una pizca de inseguridad siempre queda pero me mantiene alerta.  Pero no hay prisa, voy bien acompañada y tengo gasolina y muchas muchas ganas.


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