Cuando empecé la residencia, muchos experimentados R mayores me advirtieron sobre los fuegos que durante 4 años de trabajo pueden quemarte y hacerte daño. No les creí, más bien pensé que a mí no me pasaría, que la vocación y la motivación me proporcionarían una capa ignífuga y me protegerían, siempre.
Hoy me he descubierto al final de la mañana enfadada en consulta. Me he dado cuenta al escucharme reprochándole a una paciente por teléfono sobre un tema burocrático, con buena parte de razón pero en un tono áspero que no es mío, con prisas, a un ritmo poco amable, sin ganas. Una respuesta que jamás había dado antes me alarmó, “no te creo”; yo no soy así. El humo había invadido la consulta, maldito intruso, ¿tú de dónde sales y porqué no me dejas respirar? ¿qué me está pasando? ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Que me quemo!
Era fuego que hoy se ha interpuesto entre nosotras (mi paciente y yo) para arrasar con las mejores herramientas de que dispongo, la escucha, la paciencia y la empatía. Lo he apagado con dificultad, me he disculpado, ella también y hemos terminado la consulta, sofocado el incendio, con un “gracias María” y “cuídate”. Entre las cenizas he encontrado sobrecarga de trabajo, mucho cansancio, estrés, cierto desencanto, algunas inseguiridades, autoexigencia y una deuda de tiempo para tantas cosas… siguen ahí, aún quedan ascuas.
He aprendido que en las épocas de más trabajo, de cambios, de nuevos retos; se producen más incendios. Soy inflamable, como todos, y por eso la prevención es tan importante. Es bueno conocer las ascuas y no dejar a la vocación la dura tarea de extinguir los incendios. Lo digo porque casi me quemo.
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