23/12/2021: Cuidados paliativos

La entrada de hoy va dedicada a los cuidados paliativos y lo importantes que son para los MIR MFyC como yo.  Quiero que quede constancia hoy en mi diario, pero espero acordarme todos los días.

Mi primer contacto fue en la universidad, por elección propia, "cuidados paliativos" fue una optativa de 5º de medicina. Tuvimos un profesor brillante, ECG, que hablaba de acompañar pacientes, de formas de morir y muerte digna, de etapas de duelo, de familias que cuidan, de casas, también de dosis y de vías de administración, de efectos secundarios, de olvidar el diagnóstico y mirar a los síntomas, de últimos días, de ética... Nos descubrió a Cicely Saunders y su "velad conmigo".   He rescatado sus apuntes, son los únicos de la carrera que he vuelto a abrir.

Un año después hice mis prácticas con CCS, un MFyC que me hizo muchas preguntas que me ayudaron a situar los cuidados paliativos como una prioridad de casi cualquier médico, pero sobre todo, del médico de familia.  Cuando ya no hay nada que curar hay mucho que cuidar, y cuidamos hasta el final.  Si antes había evitado hablar de lo inevitable, con él, la muerte no parecía un tema "tabú".  Años después, viendo que sigo haciéndome preguntas, me regaló "Ayudar a morir" de Iona Heath.

Siendo MIR, durante mi rotación con el Equipo de Soporte de Atención Domiciliaria (ESAD), me enseñaron a poner en práctica todo lo anterior, le perdí el miedo a la vía subcutánea y a la morfina, también a comunicarme con personas que van a fallecer, parecía fácil, pero no lo es.  Rotar con profesionales que dedican todo su tiempo a llevar a las casas los cuidados paliativos es un lujo, una oportunidad. Me dejaron una lista tan larga de libros que aún intento terminarla, pero "Ser mortal" de Atul Gawande, ha hecho pódium.

Y ahora, en la consulta con mi tutora, AC, aprendo a priorizar estos pacientes.  Ella tiene claro que a veces significa dejar la consulta cuantas veces sea necesario para ir hasta sus casas,  significa estar en estrecho contacto con sus familias, a veces salir tarde, a veces salir llorando.   AC me dijo que leyese "Martes con mi viejo profesor" de Mitch Albom, en ello estoy.

Hace unos días CUSIRAR (Asociación aragonesa de Cuidados Paliativos), me concedió un premio en su concurso de dibujo "el arte de cuidar al final de la vida" y se lo agradezco mucho. 

Creo que donde quiera que nos posicionemos y seamos profesionales, pacientes, familiares, vecinos... tenemos que hablar más sobre cuidados paliativos, atención en los últimos días, sedación paliativa, buena muerte y muerte digna, porque son parte de nuestras vidas.  Así que gracias CUSIRAR por tomar parte activa en informar y divulgar sobre ello, por vuestro trabajo, por el concurso y por el premio.  

Gracias tutores por enseñarme su valor prioritario e irrenunciable en nuestra especialidad y por la idea de presentarme al concurso.  

Y gracias familia porque a mi padre y a mi tía les debo la destreza con el lápiz, a mi madre y a mi abuela la infinita provisión de papel y pinturetas, y a mi marido el aguante de verme absorta dibujando tantas noches...  Gracias a todos.

15/12/2021: ¡Esta gente es alucinante, déjenlos pasar!

Ayer estuve de guardia en el 061, en una de las bases donde tienen unidad medicalizada de emergencias (UME).  Significa que cuando el centro regulador llama porque alguien necesita ayuda,  salen pintando juntos en la ambulancia conductor, técnico, medico y enfermero; y hoy voy yo también a la aventura.  

La verdad es que cuando oigo que nos llaman, me noto temblar por dentro porque algo muy serio ha podido ocurrir.  Hay palabras que me anudan la garganta: convulsión, tráfico, inconsciente, accidente, parada... 

Subo corriendo a la ambulancia.  Me siento, me pongo el cinturón y no puedo evitar mirar nerviosa a mi alrededor.  En muy poco espacio hay millones de cosas que conocer, repaso mentalmente lo que nos hace falta en este caso.  Hay medicaciones en cajitas, sueros en las neveras, hay cables, sondas, tubos con una organización impecable, hay aparatos que cuelgan de las paredes (monitor, ventilador, aspirador...) y collarines, vendas, sillas... Todo traquetea cuando la ambulancia sale a toda velocidad y ya no me concentro.  Luces y sirena mediante, consigue que mi sensación de mareo se desmadre.  Por suerte, llegamos enseguida.

Al salir de la ambulancia el escenario puede ser cualquiera, y eso me inquieta.  Podemos estar en un pueblo, en una casa, en un local, en una residencia, en medio de una calle, en un bar, en plena autopista.  Cargamos las mochilas y lo necesario, y corremos donde estén las personas que necesiten ayuda.  

El trabajo en equipo es alucinante, es un engranaje veloz donde todos saben cual es su función.  Todos colaboran y en un momento el paciente puede estar lleno de cables, con una vía puesta, estabilizado y con mas o menos idea de lo que le ocurre.  Las decisiones se toman en cuestión de segundos, me parece admirable la serenidad que transmiten delante de la situación más dura... Yo me vuelvo pequeña cuando tengo el corazón tan encogido.
Intento seguir el proceso, participo en lo que puedo, y siempre procuro aprender por si un día me encuentro una emergencia y estoy sola.

Finalmente el paciente se traslada al hospital si es necesario y con él que vamos de nuevo a la ambulancia.  De vuelta hacia la base me esfuerzo por recuperar todo lo que acabo de ver porque ha ocurrido muy deprisa.  Si pudiera sacar la cabeza por la ventana de la ambulancia no harían falta sirenas, iría yo gritando "¡esta gente es alucinante, déjenlos pasar!" 

11/12/21: Escribiendo la historia de Adán

Hace unos días estuve de guardia.  La policía trajo de madrugada a Gema, de 23 años, hasta las urgencias del hospital.  

Tenía que verle un compañero que hace pocos meses que empezó a trabajar.  Leyó el motivo de consulta de Gema e inmediatamente vino a preguntarme qué hacer.  En triaje (el primer lugar donde enfermería pregunta algunas cosas al entrar en el servicio de urgencias), anotaron que tenía patología psiquiátrica, que por eso venía, que respondía al nombre de Adán, que no tardásemos en atenderle.

Le recomendé mantener la calma, lo primero era preguntar al paciente, pero entendí por su gesto que era un reto importante y me ofrecí a valorarle juntos.  Mi compañero desapareció; finalmente entendí que aquel caso era para mi.

Abrí la puerta del box, enseguida entendí que Adán era un chico que estaba sufriendo muchísimo.  Me acerqué a él, estaba hecho un ovillo en la camilla, cerrando los ojos con fuerza, huyendo del resto del mundo.  No lloraba, pero la humedad de su mascarilla decía que lo había hecho ya.  No hablaba pero la tensión de su cuerpo gritaba en su nombre.

“Adán… soy María, la médica. ¿Quieres contarme algo de lo que ha pasado?”  No contestó pero me miró al escuchar su nombre, un poco extrañado.  “Adán, puedo ayudarte, si tú quieres.  Voy a hacerte preguntas, puedes contestar tranquilo, mi obligación es no contárselo a nadie”.

Y por alguna extraña razón, tras 3 o 4 preguntas sin respuesta, empezó a contestar y confió en mi.  No quería vivir, no tenía fuerzas para seguir gritándole a la gente que Gema nunca existió, que Adán es quien tienen delante ahora.  La frustración le obligaba a llorar todos los días, trataba mal a las personas que más le querían, se hacía cortes, sentía incomprensión allá donde iba, incomprensión incluso por su propio cuerpo, vergüenza muchas veces, soledad en medio de mucha gente.  Las drogas estaban a su alcance desde hacía meses y le permitían olvidarlo todo a ratos, hoy había pensado que quizá podría olvidarlo todo para siempre.  

Después de aquella conversación tenía que explorarle.  Fue muy duro porque ni él mismo se sentía cómodo tocando su cuerpo y ahora tenía que hacerlo yo.  Palpé su abdomen mientras evitábamos mirarnos, aún así podía notar su incomodidad y su desprecio.  Decidí auscultarle sin quitar la venda de su pecho, seguí sin mirarle, noté por su respiración que tras aquel mínimo gesto de comprensión, los dos nos sentimos mejor.

Le dije que pasaría la noche en observación para que al día siguiente pudieran valorarlo los compañeros de Psiquiatría.  Me sorprendió diciendo: “vale, pero ¿estarás tú o tendré que repetirles todo?”.  Cuando le expliqué que yo registraba todo en la historia clínica porque mi turno de trabajo terminaba, me miró y me dijo muy serio: “pues antes de irte ya puedes escribir mi historia de puta madre” y se sonrió.   

Su relato y su exploración quedaron en el informe, intenté hacerlo bien y, a la mañana siguiente yo me fui a dormir, y luego comprobé que él se fue de alta más tranquilo.  Nunca sabrá que queda escrio también en mi diario, que su historia es ahora parte de la mía, y creo que nos ha quedado “de puta madre”.

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