Durante la carrera en medicina nos enseñan las bases teóricas de las enfermedades que luego vamos a ver reflejadas en nuestros pacientes. Lo que no nos cuentan es que el reflejo de lo estudiado puede no parecerse en absoluto al texto del libro, a las diapositivas de la clase o a la pregunta test del examen. No quiero decir con esto que sea menos importante conocer la teoría, quiero decir que es necesario presentarla de otra forma.
Cada tema empezaba por un título, tenía su principio y su final, las preguntas del examen tenían una única respuesta correcta. Por desgracia, este escenario no nos prepara para enfrentarnos a las dudas y la incertidumbre que la realidad de nuestra profesión nos devolverá cada día.
Los pacientes no relatan sus síntomas ordenadamente y en términos médicos. Y menos mal, porque escuchar sus propias expresiones es mucho más rico. Encontrar los signos en la exploración puede ser una auténtica aventura. No siempre puedes poner un título, no siempre tienes al alcance la respuesta, a veces sólo el tiempo puede poner orden, a veces es el único que cura.
Sería más sencillo atender a un paciente que nos dijera:
- “Doctora, tengo un dolor opresivo centro torácico que me irradia hacia la extremidad superior izquierda, con cortejo vegetativo y que es constante desde hace 15 minutos. ¿qué cree que puedo tener? Yo dudo entre: a) neumotórax, b) ansiedad, c) infarto agudo de miocardio, d) todas son correctas”
Y tú contestarle:
- “¡Esta me la sé! ¡La C! ¡Tiene usted un infarto!
Y el paciente, impasible, podría continuar:
- “Estupendo, doctora, ¡ha acertado! Con esta sospecha ¿Cuál cree usted que sería la siguiente exploración a realizar? Yo pienso en: a) toma de constantes, b) electrocardiograma de 12 derivaciones…”
Y así encadenar preguntas y respuestas hasta que la ambulancia se llevase al paciente contentísimo porque su doctora lo ha acertado todo.
Pero, por suerte, no es así. Este paciente de 80 años cuenta que esta mañana su hijo le ha dado un disgusto, y que desde hace un “ratico” empezó a notar una “quera”, más bien una “molestia” en el pecho, y se “fatiga”, y tiene “mala gana”. Tú lo miras, lo ves con mal color y agobiado. Le tomas las constantes, lo auscultas y le haces un electro. Ves su bloqueo de rama izquierda que ya conocías, no te saca de dudas. Le das su adiro y su cafinitrina mientras intentas tranquilizarlo. Llamas a una ambulancia y a su hijo, procurando que al hablar nadie note tu inseguridad y tu miedo.
Es mucho más complejo, pero es mucho más bonito. Dudas mucho, todos los días. Tomas decisiones y asumes que manejas siempre probabilidades y casi nunca certezas. Convives con la incertidumbre. Estudias para poder acotarla, reducirla, sobrellevarla, sabiendo que nunca desaparecerá. Te equivocas algunas veces, y aprendes a ser prudente en tus respuestas, humilde con lo que conoces y honesta con lo que no sabes.
En medicina, y sobre todo en una especialidad como MFyC, casi nunca pisas sobre seguro. En la consulta, los MFyC hacemos equilibrios sobre la cuerda de lo que conocemos y manejamos, suspendida en el abismo de lo que aún está por descubrir y aquello que siempre será un misterio. A veces siento vértigo, es normal. Lo siento porque valoro mucho lo que hacemos, porque creo que conlleva una gran responsabilidad, porque en el fondo quiero ser una MFyC funambulista.