11/12/21: Escribiendo la historia de Adán

Hace unos días estuve de guardia.  La policía trajo de madrugada a Gema, de 23 años, hasta las urgencias del hospital.  

Tenía que verle un compañero que hace pocos meses que empezó a trabajar.  Leyó el motivo de consulta de Gema e inmediatamente vino a preguntarme qué hacer.  En triaje (el primer lugar donde enfermería pregunta algunas cosas al entrar en el servicio de urgencias), anotaron que tenía patología psiquiátrica, que por eso venía, que respondía al nombre de Adán, que no tardásemos en atenderle.

Le recomendé mantener la calma, lo primero era preguntar al paciente, pero entendí por su gesto que era un reto importante y me ofrecí a valorarle juntos.  Mi compañero desapareció; finalmente entendí que aquel caso era para mi.

Abrí la puerta del box, enseguida entendí que Adán era un chico que estaba sufriendo muchísimo.  Me acerqué a él, estaba hecho un ovillo en la camilla, cerrando los ojos con fuerza, huyendo del resto del mundo.  No lloraba, pero la humedad de su mascarilla decía que lo había hecho ya.  No hablaba pero la tensión de su cuerpo gritaba en su nombre.

“Adán… soy María, la médica. ¿Quieres contarme algo de lo que ha pasado?”  No contestó pero me miró al escuchar su nombre, un poco extrañado.  “Adán, puedo ayudarte, si tú quieres.  Voy a hacerte preguntas, puedes contestar tranquilo, mi obligación es no contárselo a nadie”.

Y por alguna extraña razón, tras 3 o 4 preguntas sin respuesta, empezó a contestar y confió en mi.  No quería vivir, no tenía fuerzas para seguir gritándole a la gente que Gema nunca existió, que Adán es quien tienen delante ahora.  La frustración le obligaba a llorar todos los días, trataba mal a las personas que más le querían, se hacía cortes, sentía incomprensión allá donde iba, incomprensión incluso por su propio cuerpo, vergüenza muchas veces, soledad en medio de mucha gente.  Las drogas estaban a su alcance desde hacía meses y le permitían olvidarlo todo a ratos, hoy había pensado que quizá podría olvidarlo todo para siempre.  

Después de aquella conversación tenía que explorarle.  Fue muy duro porque ni él mismo se sentía cómodo tocando su cuerpo y ahora tenía que hacerlo yo.  Palpé su abdomen mientras evitábamos mirarnos, aún así podía notar su incomodidad y su desprecio.  Decidí auscultarle sin quitar la venda de su pecho, seguí sin mirarle, noté por su respiración que tras aquel mínimo gesto de comprensión, los dos nos sentimos mejor.

Le dije que pasaría la noche en observación para que al día siguiente pudieran valorarlo los compañeros de Psiquiatría.  Me sorprendió diciendo: “vale, pero ¿estarás tú o tendré que repetirles todo?”.  Cuando le expliqué que yo registraba todo en la historia clínica porque mi turno de trabajo terminaba, me miró y me dijo muy serio: “pues antes de irte ya puedes escribir mi historia de puta madre” y se sonrió.   

Su relato y su exploración quedaron en el informe, intenté hacerlo bien y, a la mañana siguiente yo me fui a dormir, y luego comprobé que él se fue de alta más tranquilo.  Nunca sabrá que queda escrio también en mi diario, que su historia es ahora parte de la mía, y creo que nos ha quedado “de puta madre”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entradas más populares