24/11/2021: Los olvidados como Lorenza

Lorenza es muy muy mayor y la han traído a urgencias.  Sé que su corazón también es anciano y a veces se cansa, su piel se ha arrugado y ya no la protege del frío, ahora la debemos proteger del roce, su mente hace tiempo decidió deshacerse de todos sus recuerdos y poco a poco hizo que Lorenza se olvidase de caminar, de comer, de hablar...   Viene sola.  No tengo más información que la nota que trajo la ambulancia desde la residencia de ancianos donde vive, dicen que ha estado somnolienta, nada más.  

Me acerco y se despierta, me mira y aunque no me puede decir nada, sus ojos me cuentan que tiene miedo, mucho miedo.  Está en un lugar desconocido, con personas que visten de blanco y van corriendo a todas partes, con muchos sonidos metálicos, ruidos de camillas y puertas, y monitores que pitan.   Sé que tiene miedo, yo también lo tendría.   Pienso que igual no merece la pena que le explique que voy a explorarla, que van a pincharle en el brazo y que le dolerá, que van a llenarle el pecho de pegatinas pero que eso no duele, que la llevarán a otra sala para hacerle una placa del pecho y del abdomen, y que van sondarla para coger una muestra de orina, y no le va a gustar.  No me va a entender cuando le diga que tiene que quedarse aquí esta noche; aunque me presente no recordará mi nombre ni mi cara cuando me de la vuelta; pierdo el tiempo preguntándole si le duele algo.

Me acerco un poco más y toco su brazo casi sin pensarlo.  Lorenza lanza un gruñido, creo que grita "¡mamá!", y entonces... lo entiendo todo.  Yo también busqué a mi madre cuando de niña tuve miedo.  Le digo al oído que "soy María" y con cuidado voy enseñándole mis manos que van a palpar su abdomen, le muestro mi fonendoscopio que buscará los ruidos de su pecho y decido explicarle lo que vamos a hacer, no sé si me entiende pero creo que le gusta oír mi voz.  

Por un momento pude ver en ella a mi abuelo, él también se olvidó de mi.  Recuerdo echarle de menos aún cuando lo tenía al lado, recuerdo que él también tenía miedo incluso en su propia casa, recuerdo como lo cuidaban sus hijas, la inmensa paciencia de repetir las cosas, y sé que ese cariño nos lo devolvía durante algunos instantes en los que parecía acordarse de todo y rompía a llorar.   Entonces le prometí a mi abuelo que yo no alimentaría el miedo que ya tienen los pacientes con demencia avanzada, que a todos me acercaría con cuidado y a todos diría mi nombre.   Abuelo, no imaginas lo mucho que me has enseñado, aún sin estar conmigo, aún sin acordarte de nada.   Muchas gracias.

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