Petra me preocupa, mucho. Lleva muchos años a la espalda y le duelen, las dos cosas. Está triste desde que la conozco, ha perdido mucho, ha vivido las muertes más proximas, su marido y su hijo no están, pero ella aún los siente, aún les habla aunque nadie conteste.
El tiempo la ha ido dejando mayor y sola, y aunque se defiende como puede, últimamente las lumbares le limitaban demasiado. Vino más triste que antes, con la ropa mucho más holgada, vino a decirme, "tengo algo malo dentro, lo noto". Me dijo que quería encontrarlo y yo me puse a buscar, busco por todas partes procurando no hacerle daño.
Encontré un dolor, antiguo conocido que había vuelto, que no la dejaba moverse, dormir, comer, hacer su vida de antes. Un nuevo estudio me hizo falta para saber que no había nada nuevo. Vamos controlando el dolor y Petra va viniendo a la consulta y va comiendo, va durmiendo y ya no está tan triste. Yo seguiré buscando porque aún le va grande su vestido verde, aún no es la Petra que yo conozco.
Petra me preocupa; pero hace unos días me hizo ver que también yo le preocupo a ella.
- ¿Tú eres la médica de la semana pasada?
- Sí Petra, soy María.
- Ah! Pues hoy estás más guapa.
- ¿Y eso? ¡Llevo la misma ropa!
- Yo te veo mejor, serán tus ojos hija.
Y así, sin más motivo que habernos visto en un apuro y estar saliendo juntas, me dio las gracias y un abrazo, y me curó de golpe.
Lleva razón, la semana pasada las dos compaartimos un mal día, y ya estamos mejor. Yo lo noto en sus ojos, ella en los míos. No se me olvidará el momento en que el abrazo de una frágil anciana me levantó en el aire y me devolvió a mi sitio. Entendí porque estoy donde estoy. Decidí seguir aquí, acompañar a Petra en lo que sepa y que vea en mis ojos otra vez eso que la dejó tranquila. No sé que fué, pero que lo vean todos.
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