Un viento nuevo me devuelve a la consulta. Lleva un poco de cierzo de mi pueblo, otro tanto de brisa marina, aire caliente de la casa de mis padres, vendaval de mensajes con amigos, algún suspiro nuestro, inercia compartida, un soplo desde el cielo, una chispa de ruah.
Vuelvo aunque sepa que otra vez será difícil, vuelvo sin garantías de mejora, vuelvo sabiendo que habrá nuevos incendios porque siento que a esta especialidad hoy su nombre le viene grande. Pero vuelvo porque sé que a pesar de todo este es mi sitio. Ha sido duro darme cuenta de que algo me ha atrapado, que la pasión por mi trabajo me llevará de la realización a la locura una y mil veces, que ni puedo ni quiero aprender a ser MFyC de otra manera, o en otra parte.
Un viento me hace atravesar de nuevo la puerta de la consulta. Sé que no hay otro lugar donde recuperar la esperanza, donde ocurra la magia de ser médica tal como yo lo entiendo. A veces me abruma tanta confianza depositada en tan poquita cosa, que ganen tanto peso unos pocos minutos, que pueda cambiar tanto con tan pocas herramientas. A veces me parece que es todo un privilegio sentarme en esta mesa y otras estoy encadenada a ella.
No sería tan duro ver como se desmonta nuestra especialidad si no le diéramos el tremendo valor que tiene. Nos dolería menos la vocación sin tanto compromiso. Pesaría muy poco cada intento sin tantas ilusiones puestas en el futuro.
El viento no me deja opción a dudas. Vuelvo aunque me queje, aunque me canse, aunque diga que no volvería. Me espera un calendario lleno, una pantalla a tope, un pijama limpio, un teléfono insistente, una sala de espera impaciente, una pila de papeles. Esperad un momento que el viento trae a la Dra Escori.
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